Anexo II
Todo se vino abajo una noche de julio, casi de madrugada con el rocío congelando el austero cantar de los pájaros. Ni siquiera el vaso de whisky pudo convencerlo de que todo era mentira: era innegable que estaba solo. Totalmente solo. Lo peor del asunto fue que encontró, al fondo del vaso nadando entre los hielos, el cómo de su situación (los porqués nunca le preocuparon). Y llegó a una única conclusión posible: que se jodan todos. Él estaba destinado a ser feliz. Eso lo sabia desde siempre, y nadie podría convencerlo de lo contrario. No sabia cómo, no sabía cuándo, pero sabía que tarde o temprano sería feliz. Y evidentemente sería feliz en soledad. Así es que por fin, esa noche y envalentonado por el whisky, mandó todo y a todos al diablo, y se decidió por fin a ser feliz de una buena vez, le cueste lo que le cueste, y dejando atrás lo que sea que tuviera que dejar atrás. Que se jodan todos, él iba a ser feliz. Y se miró al espejo y lo repitió: Que se jodan todos. YO merezco felicidad.
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