five more minutes

Es martes. Mejor me apuro o me dejan a pie.

Y yo que quería esperarte

Y mira que te esperé, te esperé cuando te encontré, después de haberte buscado tanto (después de haberte buscado te encontré, quién lo hubiera dicho). 

Pero no hay caso. 

Puedo seguir esperando, uno podría morir esperando, o resignarme a la pérdida y seguir buscando. ¿Buscando lo mismo? No. Buscando una copia, un símil, una aproximación de aquello que busqué, esperé y perdí (pienso en tus manos. "Manos comunes" me dijiste). Pero, ¿no es una traición contentarse con una farsa? ¿Una traición a qué, a quién? ¿A la pérdida? ¿Al perdido? ¿A uno mismo? 

(tu cara de bobo a la mañana era encantadora) 

Curiosity

Nos reinventamos a diario. Nos cargamos al hombro el pasado para destrozarlo contra la pared y poder inventar un futuro nuevo. Revolvemos los cajones atiborrados de errores, los odiamos una vez más y los apilamos en el estante de cosas que tal vez alguna boludez me enseñaron. Nos empeñamos en encontrar el baúl donde se supone que crecimos y nos frustramos con los otros que no ven que crecimos, y por más esfuerzo, fingido o real, no hay forma de mostrarles que hey! ya soy grande.

Menos mal que llegaste, menos mal que apareció otro boludo en el mundo que tampoco creció, pero por suerte a vos no te importa. 

Volá de acá

Te cazo al boleo, te agarro de una oreja con dos dedos y te tiro del frente de mi cabeza al fondo, a la nuca, a los pelos erizados de mi nuca. Me saca de quicio tu compañía de cuento. 

Adiós corazón

Al final, cuando todo se terminó de golpe, y todo resultó ser una mentira, humo, aire, nada (aún cuando alguna vez fue cierto), su corazón se estrujó, se acurrucó temblando de miedo en un rincón. Ella quiso abrazarlo, decirle que mañana sale el sol. Pero no pudo. Inútil como una planta, absorta ante el corazón medio muerto que iba perdiendo a pedazos, todo lo que tenía encima era pura pena. Y lloró un buen rato. Se secó las lágrimas -ejercicio fútil-  pero atrás de un montón venía otro montón. Lloro un día, dos días, tres días, algunas semanas. De a poco, con el tiempo, se levantó y se reconstruyó pedazo por pedazo. Intentó una sonrisa medio forzada hasta que esa sonrisa fue la única que tuvo, la que repartió a todo el mundo disimulando su desconfianza hacia todo el mundo. 

House of cards

Que soñar no cuesta nada es una mentira. Nosotros, los que soñamos despiertos, sabemos que sí cuesta, bastante. Danos un mazo de cartas y construimos un castillo. Nos enamoramos cinco veces en un viaje en tren. Nos imaginamos Ghandi cuando compartimos el almuerzo con ese que no tiene un mango. Nos creemos Newton cuando se nos cae una idea. Flasheamos Cortazar si el cuento nos quedo bonito. Cualquier excusa es válida, cualquier sueño una belleza. La almohada los escucha en incontables insomnios, pero también los escuchan las horas muertas de la oficina, la caja boba cuando ya me aburrió, el talento musical de otros que nos ayudan con los planos. Porque nosotros, los arquitectos de las mentiras más bonitas, no tenemos límites, porque claro, el sueño tiene ese encanto: en el sueño soy todo eso que no me animo a ser en la vigilia. Y todavía existen aquellos, pobrecitos, que no lo probaron. 
Aunque ellos, afortunados, tienen la ventaja de que nunca se les voló un sueño. Sí; nosotros, los que soñamos despiertos, vivimos también con ese problema: la desilusión. El castillo de cartas se derrumba con un susurro. Así como se levanta, se desploma. Y nos caemos de bruces en la pura verdad, que desde un principio no tenía mucho de encantadora, y por eso levantamos vuelo y emigramos, por fútiles momentos, a mentiras más atractivas. 
Por otro lado, pienso: si puedo soñar uno, puedo soñar dos, tres y cuatro. Y si me caigo, puedo salir volando otra vez. Hasta ahora, funciona. Se lo recomiendo, estimado, porque persevera y triunfarás, y un día quizás logres bajar un sueño y hacerlo verdad. Debe ser lindo, todavía no me pasó, pero debe ser lindo. Cuando llegue le cuento. 

Ey

"Fumás un montón" me dijo
"Sí, fumo un montón". La respuesta es solo cortés, porque el comentario me tiene las bolas llenas. 
Allá hay una silla vacía. Qué bien.


Pido gancho

Bailotean las palabras en el papel recién estrenado. Se mueven en armónica danza frente a mis ojos atónitos, que solo siguen su propio compás, un poco más frenético, un poco más despistado, más escandaloso y menos rítmico. Mis ojos quisieran, pero el baile se me escapa. Entonces le pongo fin, te encierro entre dos tapas, te aprisiono en un papel, le pongo fin porque no sé si no entendí nada, o si entendí demasiado. No quiero saber tampoco, creo que no quiero saber. 

Me encontré en un revuelto de letras ajenas, me encontré ahí y no donde me dijeron que estaba. Me encontré, para colmo, cuando no me buscaba, y, para colmo, cuando creí que ya me había encontrado hace mucho tiempo. 

Pido gancho, porque ya me asusté. Porque reconstruyo la vida el sábado a la mañana, pero la vuelvo a destrozar el domingo a la tarde. Porque todo me cierra aunque no debería, no debería porque no lo busqué, no lo busqué porque así estaba bien, así estaba bien porque no entendía nada. Ad infinitum si no digo basta. 

Y el miedo? Ay, el miedo. Qué cómodo nos resulta tener miedo. 

Vení, bajame, este lugar me da vértigo.
 O mejor, vení, subite - que de acá se ve lindo- y agarrame, que tengo vértigo. 



Hola.

La noche, el insomnio, las horas largas, la lluvia, las nubes, la música. La felicidad. ¿Existe la felicidad? Sí, sí existe, y es maravillosa. Es igualmente aterradora, o aterrador más bien el futuro, porque tal vez nada es seguro, nada es la tierra prometida salvo que esa tierra prometida la quieras con todas las entrañas de tu ser y con ese corazón imbatible y dispuesto la busques y la pelees con uñas y dientes (la vida es muy anatómica, parece). La felicidad se construye de a poquito, y si te distraes, si te das vuelta apenas, tal vez se vaya corriendo a los brazos de otro, y te quedes cual amante despechado esperando que vuelva. ¿Vuelve sola? No, no vuelve sola. Traela, vamos, que se puede, que vale la pena, vas a ver. Llorar de felicidad vale la pena. 
Ya me busco la almohada, porque ya no sé si algo es coherente.
Unos celos que no le corresponden. Una caricia que sólo se la puede inventar. Un susurro que lo espera pero no llega. Un silencio es lo único que tiene. A veces con eso le alcanza (esa parte de la caricia, la que se inventa en sueños y también despierta), a veces quisiera un poquito más y a veces lo detesta. Y si lo gritara le duele, y si se calla se muere.

Reducción al absurdo

Se presenta ante mí con un abultado manojo de ideas en la mano, las sostiene en el puño apretado con fuerza. Las mira, mejor dicho se mira el puño como si pudiera mirarlas a través, e intenta convencerme de que las conoce una por una de memoria y en detalle. Las enumera, algo torpemente. Esboza una descripción, que abandona pronto disimulando el fracaso. Sacude con frenesí su puño frente a mis ojos, quizás piensa que yo también puedo así atravesar la piel y conocer sus ideas. Habla a borbotones, gesticula mucho, siempre parado y dando vueltas. Se esfuerza por hacerme entender algo que todavía él no comprende por completo, ideas que vuelan sueltas, pedazos de rompecabezas que él encastra a la fuerza y no según su forma. Termina, y yo no sé si llegué a percibir alguna idea, si entiendo lo que él no entiende, si estoy pensando mal (se puede pensar mal?) o si sencillamente no entendí un pomo de nada.