Última vez que lo digo

    Ya no te conozco, nunca te conocí (¡que mentira!). No existís y pretendo convencerme de que nunca exististe. Si te cruzo no sé quien sos, no se tu nombre, tu casa es una más entre muchas casas que no me importan, tu mamá es una más del montón y tus amigos quizás me suenen de verlos tres días seguidos en el bar.  Esa marca de cigarrillos importada le puede gustar a cualquiera, el amanecer veraniego no me dice nada, el olor a pasto cortado me parece asqueroso y más todavía el olor a nafta, yo me dejo el pelo suelto porque así me gusta, ya no voy a esa plaza porque encontré otra más linda, no me gustan los fideos al escabeche, no soporto que me despierten de la siesta por más cariñoso que sea, no me banco el mal humor porque sí y definitivamente no me gusta que me estén encima cuando solo quiero poder llorar en paz. Y se acabó.
El sol es el sol y las estrellas son las estrellas, y punto. Cuando las cosas se acaban se acaban, y si las querías terminar de golpe y porrazo problema tuyo, yo sigo adelante y si te he visto no me acuerdo.

Austeridad.

      Y con el cigarro a medio fumar y la vida a medio caminar, se pregunta otra vez donde estará. La imagina perdida en el goce de su alegría, con su sabiduría aniñada que desparrama sin quererlo y sin darse cuenta, despreocupada, correteando por el sol arropada y aplaudida por las nubes. Deidad hecha carne. Y desperdiciada, por un insensible ether que solo sabe fumar y estar, que ni siquiera se tomó la molestia de ser, nunca quiso aprender a volar. Y así la perdió, la vio huir en furiosa carrera y la perdió por no querer y no saber correr a la par, ni siquiera intentarlo. Tumbado en la alfombra, tanto tiempo después, solo ahora a fuerza de golpes y vino aprende que tal vez alguna vez fue capaz del amor, pero que entonces no pudo vencer el miedo de lo nuevo y oculto, y lo nuevo se convirtió en viejo aunque siguió siendo oculto, y a él no le quedó más que olvidarlo y seguir adelante como si nada le hubiera volado todos los parámetros para dejarlo desnudo e indefenso como si no supiera de qué va la vida. Y a fuerza de golpes y vino quizás entendió que todo cambio debe ser mejor, mientras uno aprenda a esconder las llagas y disimular los moretones. Y seguir al ritmo de la vida, sin esquivar la mirada.

Yo desconocido.

Y ser yo otra vez, para poder ser nosotros tal vez, para ahogarme en tu voz, extasiarme en tu risa, erizarme en tus susurros y bailar en tu música. Que el mundo no importe y el tiempo sea eterno. Un café con tostadas, un desayuno de verano, un jardín con primavera y tus ojos como el sol.
Pero en cambio es la nada. Vacía, envolvente, asfixiante. Y yo no logro ser yo otra vez. Y el nosotros no llega nunca, y como va a llegar sino me atrevo a traerlo. Y la nada seguirá siendo eso: nada.

Anexo II

      Todo se vino abajo una noche de julio, casi de madrugada con el rocío congelando el austero cantar de los pájaros. Ni siquiera el vaso de whisky pudo convencerlo de que todo era mentira: era innegable que estaba solo. Totalmente solo. Lo peor del asunto fue que encontró, al fondo del vaso nadando entre los hielos, el cómo de su situación (los porqués nunca le preocuparon). Y llegó a una única conclusión posible: que se jodan todos. Él estaba destinado a ser feliz. Eso lo sabia desde siempre, y nadie podría convencerlo de lo contrario. No sabia cómo, no sabía cuándo, pero sabía que tarde o temprano sería feliz. Y evidentemente sería feliz en soledad. Así es que por fin, esa noche y envalentonado por el whisky, mandó todo y a todos al diablo, y se decidió por fin a ser feliz de una buena vez, le cueste lo que le cueste, y dejando atrás lo que sea que tuviera que dejar atrás. Que se jodan todos, él iba a ser feliz. Y se miró al espejo y lo repitió: Que se jodan todos. YO merezco felicidad.

Arriba de las nubes

     Fue amor a primera vista. Bueno, en realidad no, pero desde el principio fue alguna especie de cariño. Después el cariño fue creciendo, mas tarde ese cariño se transformo en amor, y al final ese amor se convirtió en polvo.
     Pero el principio. El principio fue un vino en un bar una noche cualquiera, pero inesperada.  Y otro una noche que los dos esperaron. Y al mes un almuerzo con cafecito incluido, y a los tres meses ya se conocían hasta el ultimo pelo y los entreveros de cada sonrisa según su forma, intensidad y duración. Con el tiempo empezaron a necesitarse, necesitaron la sonrisa y el reproche, los cafecitos confidentes, las vueltas desconocidas y los lugares comunes.
     Ni se dieron cuenta, pero un día a todo eso tuvieron que ponerle el rotulo de 'amor'. Y no un amor cualquiera, no era un amor infantil, no era un amor de verano (lo admitieron en pleno invierno) y no era un amor platónico. Era un amor profundo, intenso, inconfundible e incontrolable. Pero también imposible. O, por lo menos, poco probable. Poco fácil, o mas bien muy difícil. Tuvieron que admitir que, por mas que lo gritaran orgullosos, el mundo (el pequeño) era un poco sordo para escuchar sus alaridos de amor. Sin embargo, la cosa no terminó. No encontraron la manera (digamos que tampoco intentaron mucho) de decirse adiós. Descubrieron las bondades de lo oculto, del silencio hermético, amor en susurros. Y empezaron a sentirse cómodos ahí adentro, libres, auténticamente libres, al menos hasta que devolvían los pies al piso. Pero entonces se hizo un habito. Y el habito empezó a consumirse, y fue mas firme, mas necesario y mas urgente que la realidad; y el amor fue como el aire.
     Y al final ese amor se convirtió en polvo.  El silencio consume, los susurros se vuelven exhaustos, y el mundo, sin embargo, seguirá por siempre sordo. Con el corazón estrujado dijeron finalmente adiós. Ella termino con el alma partida al medio y la confianza en el amor se le fue al tacho, aunque con el tiempo se olvidó que tenía que desconfiar.. Él salio adelante sin mucho esfuerzo, guardó bajo llave el pedacito de corazón que se le había caído y cada tanto volvía a mirarlo, seguro del amor, pero seguro de ese amor, seguro que existió y seguiría existiendo siempre un amor que viera las nubes desde bien arriba. Con los años lo fue mirando cada vez menos. Hasta que por fin perdió la llave, y termino conformándose.


Anexo I

     En asados al sol y fueguitos eternos, él siempre supo dar cátedra de experiencia, de esfuerzo, de trabajo y sacrificios. Entre vino y vino, volcaba en la progenie (y en quien estuviera en pie para seguir escuchando) cuanta sabiduría fue construyendo a lo largo de los años. Mostraba prestancia, orgullo, hombría.
Alguien, una vez, una tarde de abril, cuando ya contaban veintatantos, treintitantos abriles de asados y fueguitos, interrumpió, con cierto miedo, el cuidado desarrollo de una de sus tantas ideas sobre éxitos y esfuerzos.
     "Esteeeee... - la timidez en su voz- No me queda claro. ¿A dónde vas con esto?".
Supo desde ese día, que ya la experiencia lo había envejecido suficiente.