En asados al sol y fueguitos eternos, él siempre supo dar cátedra de experiencia, de esfuerzo, de trabajo y sacrificios. Entre vino y vino, volcaba en la progenie (y en quien estuviera en pie para seguir escuchando) cuanta sabiduría fue construyendo a lo largo de los años. Mostraba prestancia, orgullo, hombría.
Alguien, una vez, una tarde de abril, cuando ya contaban veintatantos, treintitantos abriles de asados y fueguitos, interrumpió, con cierto miedo, el cuidado desarrollo de una de sus tantas ideas sobre éxitos y esfuerzos.
"Esteeeee... - la timidez en su voz- No me queda claro. ¿A dónde vas con esto?".
Supo desde ese día, que ya la experiencia lo había envejecido suficiente.
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