Bailotean las palabras en el papel recién estrenado. Se mueven en armónica danza frente a mis ojos atónitos, que solo siguen su propio compás, un poco más frenético, un poco más despistado, más escandaloso y menos rítmico. Mis ojos quisieran, pero el baile se me escapa. Entonces le pongo fin, te encierro entre dos tapas, te aprisiono en un papel, le pongo fin porque no sé si no entendí nada, o si entendí demasiado. No quiero saber tampoco, creo que no quiero saber.
Me encontré en un revuelto de letras ajenas, me encontré ahí y no donde me dijeron que estaba. Me encontré, para colmo, cuando no me buscaba, y, para colmo, cuando creí que ya me había encontrado hace mucho tiempo.
Pido gancho, porque ya me asusté. Porque reconstruyo la vida el sábado a la mañana, pero la vuelvo a destrozar el domingo a la tarde. Porque todo me cierra aunque no debería, no debería porque no lo busqué, no lo busqué porque así estaba bien, así estaba bien porque no entendía nada. Ad infinitum si no digo basta.
Y el miedo? Ay, el miedo. Qué cómodo nos resulta tener miedo.
Vení, bajame, este lugar me da vértigo.
O mejor, vení, subite - que de acá se ve lindo- y agarrame, que tengo vértigo.
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