House of cards

Que soñar no cuesta nada es una mentira. Nosotros, los que soñamos despiertos, sabemos que sí cuesta, bastante. Danos un mazo de cartas y construimos un castillo. Nos enamoramos cinco veces en un viaje en tren. Nos imaginamos Ghandi cuando compartimos el almuerzo con ese que no tiene un mango. Nos creemos Newton cuando se nos cae una idea. Flasheamos Cortazar si el cuento nos quedo bonito. Cualquier excusa es válida, cualquier sueño una belleza. La almohada los escucha en incontables insomnios, pero también los escuchan las horas muertas de la oficina, la caja boba cuando ya me aburrió, el talento musical de otros que nos ayudan con los planos. Porque nosotros, los arquitectos de las mentiras más bonitas, no tenemos límites, porque claro, el sueño tiene ese encanto: en el sueño soy todo eso que no me animo a ser en la vigilia. Y todavía existen aquellos, pobrecitos, que no lo probaron. 
Aunque ellos, afortunados, tienen la ventaja de que nunca se les voló un sueño. Sí; nosotros, los que soñamos despiertos, vivimos también con ese problema: la desilusión. El castillo de cartas se derrumba con un susurro. Así como se levanta, se desploma. Y nos caemos de bruces en la pura verdad, que desde un principio no tenía mucho de encantadora, y por eso levantamos vuelo y emigramos, por fútiles momentos, a mentiras más atractivas. 
Por otro lado, pienso: si puedo soñar uno, puedo soñar dos, tres y cuatro. Y si me caigo, puedo salir volando otra vez. Hasta ahora, funciona. Se lo recomiendo, estimado, porque persevera y triunfarás, y un día quizás logres bajar un sueño y hacerlo verdad. Debe ser lindo, todavía no me pasó, pero debe ser lindo. Cuando llegue le cuento. 

Ey

"Fumás un montón" me dijo
"Sí, fumo un montón". La respuesta es solo cortés, porque el comentario me tiene las bolas llenas. 
Allá hay una silla vacía. Qué bien.


Pido gancho

Bailotean las palabras en el papel recién estrenado. Se mueven en armónica danza frente a mis ojos atónitos, que solo siguen su propio compás, un poco más frenético, un poco más despistado, más escandaloso y menos rítmico. Mis ojos quisieran, pero el baile se me escapa. Entonces le pongo fin, te encierro entre dos tapas, te aprisiono en un papel, le pongo fin porque no sé si no entendí nada, o si entendí demasiado. No quiero saber tampoco, creo que no quiero saber. 

Me encontré en un revuelto de letras ajenas, me encontré ahí y no donde me dijeron que estaba. Me encontré, para colmo, cuando no me buscaba, y, para colmo, cuando creí que ya me había encontrado hace mucho tiempo. 

Pido gancho, porque ya me asusté. Porque reconstruyo la vida el sábado a la mañana, pero la vuelvo a destrozar el domingo a la tarde. Porque todo me cierra aunque no debería, no debería porque no lo busqué, no lo busqué porque así estaba bien, así estaba bien porque no entendía nada. Ad infinitum si no digo basta. 

Y el miedo? Ay, el miedo. Qué cómodo nos resulta tener miedo. 

Vení, bajame, este lugar me da vértigo.
 O mejor, vení, subite - que de acá se ve lindo- y agarrame, que tengo vértigo.