Tormenta de otoño.

    Salió de no sé donde, resurgiendo de un fondo turbio para espantar mis plácidas nochecitas de silencio, tronando y rugiendo, quebrando en mil pedazos aquel vestigio de paz que había encontrado en un rincón perdido al fondo del silencio. Atormentado por el pasado, temeroso y frágil como un chiquito ante el inminente mañana que no pareciera tener solución (racional), sintiéndose perseguido por un fantasma de mentira lo veo huir despavorido ante cualquier amenaza, real o inventada, que peligre este metamorfoseado equilibrio que fuimos emparchando una y otra vez a lo largo de los años, hasta conseguir esta especie de torre de Pisa emocional que solo espera un leve soplido para terminar de caerse.
    Y caerá, más tarde o más temprano sabemos que va a caer, aplastando en furioso estruendo todo cuanto hemos construido, o intentamos al menos, y nuestras agónicas primaveras no serán ya más que un suspiro melancólico, un recuerdo más para el fondo del baúl. Y ahí quedará, como un recuerdo, él, siempre frágil, siempre temeroso, siempre volátil, huidizo, entrañable, fantasma de sueños que me persigue en la vigilia.
    Y yo, mientras tanto, seguiré vagando en el concreto, tratando de recordar qué forma tenía aquel fantasma que no debía olvidar.

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