Él quería cambiar el mundo. Ella era feliz sabiendo que el mundo no la cambiaría a ella. Él necesitaba tener cerca un piano. Ella necesitaba cerrar las cuentas del mes. Él se quedó prendido de su sonrisa; ella , desde el principio, se enamoró de las manos de él, que siempre supo como quererla, en la medida exacta -si es que hay medidas para el cariño-, en la forma justa, con la melodía más precisa que pudo haber compuesto el amor. En atardeceres de música pasaron sus días, extasiados en compases irrisorios que un piano desvencijado escupía para ella, y solo para ella, en la diminuta sala de un dúplex de barrio, siempre cerrada la puerta que los separaba y resguardaba de aquel mundo desquiciado y gris que nada tenía que ver con ellos, y nada querían ellos de él. Con el paso del tiempo fueron tapiando más y más aquella puerta, hasta que aquel mundo dejo de existir por completo y fueron ellos dos el único universo conocido. Él ya no tuvo necesidad de cambiar el mundo, y ella se dejó cambiar sin querer por el nuevo mundo construido con pentagramas y sonrisas hechas galletas de coco.
Poco volví a saber de ellos, hasta la semana pasada. Él ahora toca el piano en una confitería en Belgrano. Ella  se fue a Brasil hace ya un lustro de años, con su hija y sus nietos como excusa. Todavía apuestan al amor. Todos los veranos, él cuelga las teclas y cruza la frontera, para vivir un amor de verano y soñar con su sonrisa  un año más.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Buenas vibras!
      Me alegro que te haya gustado.
      Este en particular no termina de cerrarme, tiene un no sé qué que no cierra.. pero en fin, me alegro que te guste!

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